El calor que hace estos días en la calle agobia. Y con agobio, a la hora de la merienda, no sé pensar.
Las olas expulsan sus aparentes verdades repletas de importancia, mientras la gente ignora la transición interna del mar.
Un arcoíris que irradia calor impusla los cuchicheos y el murmullo se hace insoportable y natural en la ciudad.
Se empiezan a estudiar las superficies que las olas han remodelado con sus vaivenes mientras los ojos curiosos absorben la iluminación de las farolas de la decisión.
Y es que, con esfuerzo, las estrellas luchan y adquieren la facultad de poder ser vislumbradas desde la distancia. Una distancia remota. Cosa que he querido imitar.
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