Sin saber que un lápiz flagela las omisiones escritas, aprendimos que hay mañanas absortas en esas mismas omisiones, de las que la mente no puede huir. Que hay espléndidas preocupaciones, certidumbres, dudas, urgencias y resúmenes contrariados, llenos de bienvenidas o despedidas.
Y es cuando la franqueza del lápiz, nos castiga al poner en marcha su táctica y estrategia de momentos y necesidades. Y entonces nos evadimos; y si leemos, nos quedamos igual que al principio.
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