No sabes dibujar esa sonrisa, y unas gotas rojas recorren un tercio de tu cuerpo para acabar saliendo por tus ojos.
Y esperas a que lleguen las siete para poder despertar otra vez, intentando reunir las ballestas de los soldados aprisionados; esos que sólo gritan y temen tanto como tú, cuando pierdes el conocimiento al rasgar tu vestido favorito.
Dependes de tu huida o el arrastre protector.
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