La atractiva magulladura inicial se convierte en caricia ansiosa, deseosa y expectante. Y mientras el temido dolor inexistente e imaginario naufraga por el retrete de los supisros, se abren los cielos coloridos.
Suenan biografías invulnerables en mi cabeza y yo, por acto refljo me convierto en invencible también.¿Te ocurre a veces algo así? que te sientes invencible, capaz de cualquier cosa, eufórica.
Un menú en el que sólo tienes el privilegio de elegir ciertas cosas. Unos el postre y el primer plato. Otros el segundo nada más. Y al final, dependiendo de tu suerte y teniendo algo de fortuna en tus elecciones, podrás salir satisfecha del restaurante. Eso es absolutamente cierto, ciertamente dudoso y totalmente relativo. Es lo que opino de los restaurantes en los que no me dejan a mi libre albedrío la elección de mi menú. Y ¿qué decir ante la honradez y la sinceridad? Mirar, respetar y como mucho debatir. Para algo existen los colores. Para pintar de azul los corazones, verdes cielos y rojos mares.
Y de momento imagino. Imagino muchas realidades. Ya sea allí o acá, aquí o allá.
Y mientras ninguna araña bigotuda me susurre al oído, bajándose los pantalones, que le acompañe a buscar una libertad infinita, que yo conmigo misma no pueda hallar, seguiré pensando igual.