miércoles, 30 de septiembre de 2009
Cuento chino
Había una vez, un cuento chino que hablaba de labios que contaban suspiros. Unos suspiros callados que dejaban silencio. Un silencio, en el que se intuían caricias pintadas de ilusiones aún por concretar y realizar. Unos suspiros, llenos de desesperación, sonrisas embarradas y deseos. Y unos deseos que hablaban de unos labios.
martes, 29 de septiembre de 2009
Mientras tanto, hasta entonces...
La siguiente vez que abra la puerta. La siguiente vez que encienda un cigarro. La siguiente que vez que entre en un museo. Entonces.
Entonces, los suspiros de nerviosismo y alivio me recorrerán. Entonces mi sonrisa, será la estúpida sonrisa que pongo ante los problemas. Entonces, mis ojos hablarán más de lo que lo hace mi boca. Entonces. Ahora no.
Ahora no voy a abrir ninguna puerta, ni a encender ningún cigarro, ni a entrar en ningún museo.
Mientras tanto, miraré tras la ventana, comeré chichles y veré la televisión. Hasta entonces, sólo el miedo recorrerá mi cuerpo, mi sonrisa será triste y mis ojos... sí, mis ojos hablarán más de lo que lo hace mi boca; pero con mensajes indescifrables al oído vulgar.
Entonces, los suspiros de nerviosismo y alivio me recorrerán. Entonces mi sonrisa, será la estúpida sonrisa que pongo ante los problemas. Entonces, mis ojos hablarán más de lo que lo hace mi boca. Entonces. Ahora no.
Ahora no voy a abrir ninguna puerta, ni a encender ningún cigarro, ni a entrar en ningún museo.
Mientras tanto, miraré tras la ventana, comeré chichles y veré la televisión. Hasta entonces, sólo el miedo recorrerá mi cuerpo, mi sonrisa será triste y mis ojos... sí, mis ojos hablarán más de lo que lo hace mi boca; pero con mensajes indescifrables al oído vulgar.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Y nada más
El tiempo y las etiquetas ya gastadas. La mente, que baila al són de lo que canta la imaginación a pleno pulmón. Puertas y ventanas que se derrumban y te encierran en una habitación con la única luz de tres bombillas rojas. Secretos confesados en miradas que deberían ser más estudiadas. Y la intriga de unos ojos y una boca. Intriga algo más que interesante. Y, esque, nunca se puede decir toda la verdad. Y nada más.
Cervezas, magdalenas y viajes
La linealidad del tiempo de una película puede no ser siempre recta. Al igual que los pensamientos, que saltan de un lado a otro sin sentido aparente.
Sírveme una cerveza fria en la barra de un bar y cántame una canción al oído. Verás a qué me refiero.
Que mientras pienso en cervezas y escarabajos peloteros, puedo mirar la televisión y cantar una canción, sin hacer mucho caso a ninguna de estas cosas, porque mi mente, realmente, está en otro lugar. En mi mano izquierda, probablemente. Mientras, con la derecha sujeto un cigarro que fumo sin ganas. De esas cosas que haces por acto reflejo, como respirar, como escuchar sonidos de un altavoz en una cuesta y transportarte a un cuarto sin ventanas, del que sólo alcanzas a escuchar los coches pasando velozmente. Como cuando estás en un cruce la primera vez que conduces en solitario y no sabes hacia donde dirigirte, con la música a todo volumen y cantando como si la vida se te fuera en ello. Como cuando paseas por una ciudad que no conoces, y te transportan a una época pasada. No es tu época, pero no te importaría haberla vivido. Rodeada de gente que sonríe, que lleva sombreros puntiagudos, que sólo tienen dos dedos en cada pie, que hace balcones por los que sólo pueden salir tus dedos y que desayunan magdalenas rellenas de chocolate.
Es mágico saltar de una época a otra, o de un pensamiento a otro, así como saltar de un concierto en Cuba a una comida en Mexico, en la que todos acabamos llorando y medio locos.
Y mientras sigo pensando en una cosa y la otra, planeo nuevos viajes que me lleven a lugares insólitos. Pero siempre en buena compañía.
Sírveme una cerveza fria en la barra de un bar y cántame una canción al oído. Verás a qué me refiero.
Que mientras pienso en cervezas y escarabajos peloteros, puedo mirar la televisión y cantar una canción, sin hacer mucho caso a ninguna de estas cosas, porque mi mente, realmente, está en otro lugar. En mi mano izquierda, probablemente. Mientras, con la derecha sujeto un cigarro que fumo sin ganas. De esas cosas que haces por acto reflejo, como respirar, como escuchar sonidos de un altavoz en una cuesta y transportarte a un cuarto sin ventanas, del que sólo alcanzas a escuchar los coches pasando velozmente. Como cuando estás en un cruce la primera vez que conduces en solitario y no sabes hacia donde dirigirte, con la música a todo volumen y cantando como si la vida se te fuera en ello. Como cuando paseas por una ciudad que no conoces, y te transportan a una época pasada. No es tu época, pero no te importaría haberla vivido. Rodeada de gente que sonríe, que lleva sombreros puntiagudos, que sólo tienen dos dedos en cada pie, que hace balcones por los que sólo pueden salir tus dedos y que desayunan magdalenas rellenas de chocolate.
Es mágico saltar de una época a otra, o de un pensamiento a otro, así como saltar de un concierto en Cuba a una comida en Mexico, en la que todos acabamos llorando y medio locos.
Y mientras sigo pensando en una cosa y la otra, planeo nuevos viajes que me lleven a lugares insólitos. Pero siempre en buena compañía.
martes, 22 de septiembre de 2009
Sentido
Doble sentido o sin sentido. Sentimientos encontrados o perdidos en baldosas húmedas de una noche lluviosa y estrellada; cosa que no es incompatible. Un teatro con cortinas rojas y una voz increíble. Realmente increíble. Increíblemente real, o tal vez irreal. Solamente real en mi mente. Mente que no canta, mente que no baila al son de un elemento básico. Básicamente incomprensible o comprensible sólo para mí. Y si sólo lo puedo compartir conmigo misma, sea lo que sea, real o irreal, comprensible o incomprensible, es triste.
Mentiras
Miénteme. Hoy, digas lo que digas, miente.
No importa de qué hables. Puedes decir que el sol brilla en todo su esplendor, que te has despertado pensando en mí, que no oyes los ruidos ensordecedores de la cuidad, que el mar tiene hoy, un color rojizo que hipnotiza. Miente. Dí que lloras, o que sonríes, que todas las canciones de la radio te gustan, que no me quieres y que estás deseando verme. Dime que las vías del tren, algún día, se encontrarán y vivirán un romance en un país donde todo es posible.
Miénteme. Hoy no quiero saber la verdad. No sabría distinguirla de mis sueños.
No importa de qué hables. Puedes decir que el sol brilla en todo su esplendor, que te has despertado pensando en mí, que no oyes los ruidos ensordecedores de la cuidad, que el mar tiene hoy, un color rojizo que hipnotiza. Miente. Dí que lloras, o que sonríes, que todas las canciones de la radio te gustan, que no me quieres y que estás deseando verme. Dime que las vías del tren, algún día, se encontrarán y vivirán un romance en un país donde todo es posible.
Miénteme. Hoy no quiero saber la verdad. No sabría distinguirla de mis sueños.
Heridas y cicatrices
Sólo aquel que sabe ver, sabe leer una mirada. Sólo el que puede ver lo que dice una sonrisa, sabe interpretar los sueños; y entonces saber que no hay ningún impedimento para querer trepar, poco a poco, por el muro; sucio muro que deja a un lado alegría y a otro tristeza, futuro y pasado.
Y con apenas un roce, sabes que puedo derrumbarme entre las tinieblas del miedo, y darme cuenta del poder de las palabras.
Y entonces guardar las miradas y sonrisas, aunque dejen heridas y cicatrices...
Y con apenas un roce, sabes que puedo derrumbarme entre las tinieblas del miedo, y darme cuenta del poder de las palabras.
Y entonces guardar las miradas y sonrisas, aunque dejen heridas y cicatrices...
lunes, 21 de septiembre de 2009
Consejo
Un día el silencio me gritó que no debía hacerle caso a lo que un suspiro cualquiera me pudiera decir. Si le escuchas y te abrazas a sus mentiras, te condenarás a una vida de tristes sonrisas, miradas embarradas e ilusiones desesperanzadas...
viernes, 18 de septiembre de 2009
Preguntas planteadas por caricias y suspiros
Un día cualquiera, sales a la calle y te tomas un café en tu bar favorito. Ése en el que te lo sirven en vaso, con espuma, acompañado de buena música y una sonrisa. Cuando sales del bar te percatas de que la calle no es la misma que cuando entraste. ¿Cuánto tiempo has estado dentro?
Vas por la calle y notas que la gente te mira de forma extraña, y te preguntas si serán tus imaginaciones o realmente te están mirando. Y mientras piensas en el cambio de la calle y el ambiente, te encuentras de frente una gran escultura. Es una escultura que te recuerda a alguna que ya habías visto antes, a alguna que ya habías abrazado anteriormente (porque tienes la curiosa manía de abrazar a todas las esculturas de formas redondeadas que encuentras), pero no caes en cual puede ser.
Y esa pregunta se une a las dos anteriores: ¿Qué escultura es ésta?¿Porqué ha cambiado tanto la calle?¿Me mira la gente de forma extraña?
Y sigues caminando hacia algún lugar al que te dirigías, pero que ahora no recuerdas con exactitud. De repente alguien te toca en la espalda. Te giras y descubres una pequeña caricia, que te pregunta: ¿Qué te ocurre?
Le miras extrañado y cuando te dispones a responderle sin saber muy bien qué decir, te vuelve a hablar sin que tú puedas, ni siquiera, abrir la boca: Has salido de casa seguro de tí mismo, sabías hacia donde te dirigías, sabías donde estabas, y todo era normal. Nunca ninguna caricia te había hablado hasta ahora. Deja de pensar, sigue tu camino, dirigete hacia donde ibas y todo pasará.
Decides hacerle caso, aunque extrañado, ya que no entienedes lo que sucede en tu mente, pero poco a poco vuelves a pensar con claridad, vuelves a ver la calle tal y como era y nadie te mira extrañado.
Pero de pronto, todo vuelve a nublarse y otra vez, esas dudas que jamás habías tenido, vuelven a aparecer. Alguien vuelve a tocarte la espalda. Te vuelves y encuentras un pequeño suspiro que te dice: ¿Porqué dejas de preguntarte algo que tánto te intriga?¿Ha cambiado realmente la calle, o has cambiado tú la forma de verla?¿Te diriges hacia el sitio correcto?¿No prefieres ir a ver una película o una buena exposición sobre los diferentes agujeros que puede tener una pared?
...
¿Los diferentes agujeros en una pared?¿Si me dirijo al lugar correcto? No entiendes nada.
Miras de frente y ves una exposición de un escultor en medio del paseo. A tu derecha, el mar. Y te preguntas: ¿Qué coño ha pasado?¿Qué quería esa caricia?¿De dónde ha salido ese suspiro?
Y te das cuenta de que, realmente no sabes hacia donde te dirigías al salir de casa; la calle, sí, la ves algo cambiada y tienes unas ganas impensables de ir a una exposición sobre agujeros en la pared. Y te preguntas: ¿Qué cojones me está pasando?
Vas por la calle y notas que la gente te mira de forma extraña, y te preguntas si serán tus imaginaciones o realmente te están mirando. Y mientras piensas en el cambio de la calle y el ambiente, te encuentras de frente una gran escultura. Es una escultura que te recuerda a alguna que ya habías visto antes, a alguna que ya habías abrazado anteriormente (porque tienes la curiosa manía de abrazar a todas las esculturas de formas redondeadas que encuentras), pero no caes en cual puede ser.
Y esa pregunta se une a las dos anteriores: ¿Qué escultura es ésta?¿Porqué ha cambiado tanto la calle?¿Me mira la gente de forma extraña?
Y sigues caminando hacia algún lugar al que te dirigías, pero que ahora no recuerdas con exactitud. De repente alguien te toca en la espalda. Te giras y descubres una pequeña caricia, que te pregunta: ¿Qué te ocurre?
Le miras extrañado y cuando te dispones a responderle sin saber muy bien qué decir, te vuelve a hablar sin que tú puedas, ni siquiera, abrir la boca: Has salido de casa seguro de tí mismo, sabías hacia donde te dirigías, sabías donde estabas, y todo era normal. Nunca ninguna caricia te había hablado hasta ahora. Deja de pensar, sigue tu camino, dirigete hacia donde ibas y todo pasará.
Decides hacerle caso, aunque extrañado, ya que no entienedes lo que sucede en tu mente, pero poco a poco vuelves a pensar con claridad, vuelves a ver la calle tal y como era y nadie te mira extrañado.
Pero de pronto, todo vuelve a nublarse y otra vez, esas dudas que jamás habías tenido, vuelven a aparecer. Alguien vuelve a tocarte la espalda. Te vuelves y encuentras un pequeño suspiro que te dice: ¿Porqué dejas de preguntarte algo que tánto te intriga?¿Ha cambiado realmente la calle, o has cambiado tú la forma de verla?¿Te diriges hacia el sitio correcto?¿No prefieres ir a ver una película o una buena exposición sobre los diferentes agujeros que puede tener una pared?
...
¿Los diferentes agujeros en una pared?¿Si me dirijo al lugar correcto? No entiendes nada.
Miras de frente y ves una exposición de un escultor en medio del paseo. A tu derecha, el mar. Y te preguntas: ¿Qué coño ha pasado?¿Qué quería esa caricia?¿De dónde ha salido ese suspiro?
Y te das cuenta de que, realmente no sabes hacia donde te dirigías al salir de casa; la calle, sí, la ves algo cambiada y tienes unas ganas impensables de ir a una exposición sobre agujeros en la pared. Y te preguntas: ¿Qué cojones me está pasando?
jueves, 17 de septiembre de 2009
Mi cubata con hielos, por favor
Tal vez sea que tengo una visión demasido romántica de la vida. O tal vez, que la gente se está convirtiendo en bloques de hielo.
Muchos de los actos o situaciones que veo en el día a día, me parecen frios. Con falta de sentimientos, algo básico en mi forma de entender todo. Y cuando digo todo, digo todo.
Últimamente me sorprendo fijándome en los pequeños detalles de cualquier cosa. Y esa cualquier cosa, si viene de un bloque de hielo, es fria.
Sólo hay un elemento que hace derretir esos bloques de hielo...
Y quien consigue derretirse, se convierte en líquido. Un líquido que es capaz de entrar en rendijas que antes veía imposibles, o que incluso, era incapaz de advertir.
Los líquidos pueden deslizarse casi por cualquier superficie, mezclarse con otros líquidos o sustancias, y a mi entender, llegar más lejos que un bloque de hielo.
Sí, es cierto que el bloque es más sólido, más fuerte, más seguro. Pero también es más frío, más solitario...
Por eso, tarde o temprano, la mayoría de los bloques de hielo acaban por derretirse y mezclarse con otras sustancias. Ya sea en vasos de cubata, de agua o en cualquier río que acabe uniéndose en un mar inmenso.
Tal vez se me haya ido la olla. O tal vez, es que tenga una visión demasiado romántica de la vida.
Muchos de los actos o situaciones que veo en el día a día, me parecen frios. Con falta de sentimientos, algo básico en mi forma de entender todo. Y cuando digo todo, digo todo.
Últimamente me sorprendo fijándome en los pequeños detalles de cualquier cosa. Y esa cualquier cosa, si viene de un bloque de hielo, es fria.
Sólo hay un elemento que hace derretir esos bloques de hielo...
Y quien consigue derretirse, se convierte en líquido. Un líquido que es capaz de entrar en rendijas que antes veía imposibles, o que incluso, era incapaz de advertir.
Los líquidos pueden deslizarse casi por cualquier superficie, mezclarse con otros líquidos o sustancias, y a mi entender, llegar más lejos que un bloque de hielo.
Sí, es cierto que el bloque es más sólido, más fuerte, más seguro. Pero también es más frío, más solitario...
Por eso, tarde o temprano, la mayoría de los bloques de hielo acaban por derretirse y mezclarse con otras sustancias. Ya sea en vasos de cubata, de agua o en cualquier río que acabe uniéndose en un mar inmenso.
Tal vez se me haya ido la olla. O tal vez, es que tenga una visión demasiado romántica de la vida.
martes, 15 de septiembre de 2009
Un martes cualquiera
Hoy es domingo.
Ya puede decir quién sea que es lunes o viernes o jueves; para mí, hoy es domingo.
No es el día de la semana que ponga en el calendario, es cómo te encuentres tú.
Hay días que te sientes viernes y tu humor es diferente, como más alegre, más dispuesto a cualquier plan que te propongan.
Hoy me siento domingo. En ese estado entre el cansancio, la melancolía y la tristeza del que habla un texto de Isabel Coixet.
Intentas recomponer los fragmentos que tu mente puede llegar a recordar del día anterior, y te preguntas cómo es posible que hicieses tal y cual. Te haces promesas que sabes que nunca cumplirás.
Tu mente está más espesa que de costumbre, te cuesta pensar o piensas demasiado. Tanto que eres incapaz de ordenar tus pensamientos. Tanto que la mano no te da para escribir todo lo que tu mente le dicta. Tanto que, incluso, te sientes mal.
Tu mente va a una velocidad extrema y crees que si escribes, tal vez y sólo tal vez, todo pare.
Pero no es así.
Intentas plasmar todo lo que piensas en algún trozo de papel, una servilleta de bar, da igual; pero no sabes si realmente lo quieres hacer.
Estás esperando nada y lo sabes. Eso es lo peor. Que lo sabes. Y aún así, sigues esperando.
Lo bueno de estos domingos es que sabes que mañana viene un lunes en el que quizás sea viernes.
Ya puede decir quién sea que es lunes o viernes o jueves; para mí, hoy es domingo.
No es el día de la semana que ponga en el calendario, es cómo te encuentres tú.
Hay días que te sientes viernes y tu humor es diferente, como más alegre, más dispuesto a cualquier plan que te propongan.
Hoy me siento domingo. En ese estado entre el cansancio, la melancolía y la tristeza del que habla un texto de Isabel Coixet.
Intentas recomponer los fragmentos que tu mente puede llegar a recordar del día anterior, y te preguntas cómo es posible que hicieses tal y cual. Te haces promesas que sabes que nunca cumplirás.
Tu mente está más espesa que de costumbre, te cuesta pensar o piensas demasiado. Tanto que eres incapaz de ordenar tus pensamientos. Tanto que la mano no te da para escribir todo lo que tu mente le dicta. Tanto que, incluso, te sientes mal.
Tu mente va a una velocidad extrema y crees que si escribes, tal vez y sólo tal vez, todo pare.
Pero no es así.
Intentas plasmar todo lo que piensas en algún trozo de papel, una servilleta de bar, da igual; pero no sabes si realmente lo quieres hacer.
Estás esperando nada y lo sabes. Eso es lo peor. Que lo sabes. Y aún así, sigues esperando.
Lo bueno de estos domingos es que sabes que mañana viene un lunes en el que quizás sea viernes.
De trenes y autobuses
Hay sólo una oprotunidad para las cosas. El trén sólo pasa una vez... ¿es cierto?
Donde yo vivo, el trén pasa cada cuarto de hora y, aunque un poco más tarde, al final, llegas al mismo destino.
Si no puedes coger el tren, puedes ir en otro medio de transporte. Llegarás antes o más tarde, pero el destino será el mismo, siempre y cuando quieras llegar.
No creo que la cuestión en sí sea el medio de transporte que utilices, sino el destino que elijas. Porque al fín y al cabo, tal vez donde vivas no tengas los medios necesarios para llegar a donde quieres, pero si realmente tu deseo es llegar, buscarás los medios que haga falta. Incluso te plantearás ir a pie.
Quizás llegues más tarde que otra mucha gente pero, al final, habrás llegado al destino que tanto ansiabas.
Aunque siempre cabe la posibilidad de que cuando llegues, ya no sea el destino que tú esperabas. El lugar ha cambiado y te replanteas que si hubieses cogido el trén anterior, tal vez, hubieses estado en el momento preciso en el que querías estar.
Para que esto no ocurra, cada trén, autobús... debería llevar, al lado del destino, el nombre de las personas que deben ir en el.
Así, al montarnos veríamos:
Próximo destino: Felicidad
Viajeros: Mikel, Maialen, Susana, Urko, Iban, Deborah, Iratxe, ...
Éste es el mío.
Donde yo vivo, el trén pasa cada cuarto de hora y, aunque un poco más tarde, al final, llegas al mismo destino.
Si no puedes coger el tren, puedes ir en otro medio de transporte. Llegarás antes o más tarde, pero el destino será el mismo, siempre y cuando quieras llegar.
No creo que la cuestión en sí sea el medio de transporte que utilices, sino el destino que elijas. Porque al fín y al cabo, tal vez donde vivas no tengas los medios necesarios para llegar a donde quieres, pero si realmente tu deseo es llegar, buscarás los medios que haga falta. Incluso te plantearás ir a pie.
Quizás llegues más tarde que otra mucha gente pero, al final, habrás llegado al destino que tanto ansiabas.
Aunque siempre cabe la posibilidad de que cuando llegues, ya no sea el destino que tú esperabas. El lugar ha cambiado y te replanteas que si hubieses cogido el trén anterior, tal vez, hubieses estado en el momento preciso en el que querías estar.
Para que esto no ocurra, cada trén, autobús... debería llevar, al lado del destino, el nombre de las personas que deben ir en el.
Así, al montarnos veríamos:
Próximo destino: Felicidad
Viajeros: Mikel, Maialen, Susana, Urko, Iban, Deborah, Iratxe, ...
Éste es el mío.
jueves, 10 de septiembre de 2009
De preguntas y respuestas
¿No nos atrevemos a hacer las preguntas que queremos hacer, o no nos atrevemos a recibir las respuestas que no queremos recibir?
Cuando alguien da rodeos y simplemente deja al libre albedrío la imaginación de su receptor, sin decir nada concreto, sin decir nada coherente, sin decir lo que quiere decir, al fín y al cabo ¿porqué es?
Es por el miedo a escuchar algo que no quieres oir. Pero al final es lo que buscas. Porque si lo quieres preguntar es porque quieres saber la respuesta ¿o no?
Tal vez, aquí también, la imaginación y la esperanza nos jueguen una mala pasada.
Eso que tanto ansías, eso que tantas veces has imaginado y tienes la esperanza de que, alguna vez, ocurra; si haces la pregunta precisa, tal vez obtengas una respuesta que te haga precipitar (una vez más) a la realidad.
Y la realidad es cruel, es dura y jode. Sobre todo jode cuando te das cuenta de que has vivido en un mundo irreal en el que tus sueños se cumplían y tus planes, fueran los que fuesen, siempre salían bien.
Una vez más, y este texto es prueba de ello, me he ido por los cerros de Ubeda, sin decir nada concreto, hablando de deseos, sueños, imaginaciones y esperanzas abstractas. De esas que todos tenemos y con las que soñamos que un día alcanzaremos.
Cuando alguien da rodeos y simplemente deja al libre albedrío la imaginación de su receptor, sin decir nada concreto, sin decir nada coherente, sin decir lo que quiere decir, al fín y al cabo ¿porqué es?
Es por el miedo a escuchar algo que no quieres oir. Pero al final es lo que buscas. Porque si lo quieres preguntar es porque quieres saber la respuesta ¿o no?
Tal vez, aquí también, la imaginación y la esperanza nos jueguen una mala pasada.
Eso que tanto ansías, eso que tantas veces has imaginado y tienes la esperanza de que, alguna vez, ocurra; si haces la pregunta precisa, tal vez obtengas una respuesta que te haga precipitar (una vez más) a la realidad.
Y la realidad es cruel, es dura y jode. Sobre todo jode cuando te das cuenta de que has vivido en un mundo irreal en el que tus sueños se cumplían y tus planes, fueran los que fuesen, siempre salían bien.
Una vez más, y este texto es prueba de ello, me he ido por los cerros de Ubeda, sin decir nada concreto, hablando de deseos, sueños, imaginaciones y esperanzas abstractas. De esas que todos tenemos y con las que soñamos que un día alcanzaremos.
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Demasiado
Obsesionarse con algo nunca es bueno.
Por eso no me gusta utilizar la palabra DEMASIADO.
DEMASIADO es una de esas palabras que me producen temor.
La utilicé una vez, porque la situación lo requería, y aunque acabó aclarando las cosas, no fue una buena experiencia.
Lo que pasa con DEMASIADO es que la unimos en exceso a la palabra o palabras que la preceden o siguen.
Cuando pienso en DEMASIADO, siempre viene a mí aquella vez que la utilicé, y espero no tener que utilizarla más veces. O sólo una vez. Si la usas demasiado... pierde su sentido.
Demasiado es mucho. Mucho más que mucho, algo que no puedes controlar y que te gustaría que fuese de menor importancia. Pero no es así, ya es tarde; ya es DEMASIADO tarde.
Ahora creo que la podría volver a utilizar, es más, creo que merece ser utilizada, pero no lo haré. Voy a aguantar. Porque cuando lo haga, ya no habrá vuelta atrás. Y temo ese momento.
No quiero utilizarla hasta que sepa a ciencia cierta que recibiré otro DEMASIADO a cambio.
Por eso no me gusta utilizar la palabra DEMASIADO.
DEMASIADO es una de esas palabras que me producen temor.
La utilicé una vez, porque la situación lo requería, y aunque acabó aclarando las cosas, no fue una buena experiencia.
Lo que pasa con DEMASIADO es que la unimos en exceso a la palabra o palabras que la preceden o siguen.
Cuando pienso en DEMASIADO, siempre viene a mí aquella vez que la utilicé, y espero no tener que utilizarla más veces. O sólo una vez. Si la usas demasiado... pierde su sentido.
Demasiado es mucho. Mucho más que mucho, algo que no puedes controlar y que te gustaría que fuese de menor importancia. Pero no es así, ya es tarde; ya es DEMASIADO tarde.
Ahora creo que la podría volver a utilizar, es más, creo que merece ser utilizada, pero no lo haré. Voy a aguantar. Porque cuando lo haga, ya no habrá vuelta atrás. Y temo ese momento.
No quiero utilizarla hasta que sepa a ciencia cierta que recibiré otro DEMASIADO a cambio.
martes, 8 de septiembre de 2009
¿Enfermedades?
Cuando un médico nos dice que necesitamos reposo, una semana en cama; la mayoría de la gente no le hace caso. O yo por lo menos no lo hago.
Salimos a la calle sin abrigo, sea enero, junio o septiembre. ¿Sin abrigo? Sí.
Parece que cuando cogemos un resfriado, no nos vale con eso y vamos a por todo el pack.
Queremos todos los síntomas de la gripe. No sólo una leve subida de la temperatura o unos ojos llorosos. Queremos todo.
Tal vez sea para confirmar que sí, realmente y una vez más, hemos caído en una estupida enfermedad.
No queremos que nadie nos diga que estamos enfermos. Queremos saberlo a ciencia cierta por nosotros mismos. ¿Quién sabe? Quizás el médico se equivoque. Siempre queda la esperanza de que esta vez, sólo ésta, no estemos enfermos.
Y aunque una vez repuestos de la enfermedad, nos prometamos una y otra vez a nosotros mismos que para el próximo invierno tomaremos las medidas necesarias para no caer enfermos, seguimos sin hacerlo.
Siempre queda la esperanza... quién sabe, quizás el próximo año no pille esa maldita gripe aunque no me proteja para ello.
Salimos a la calle sin abrigo, sea enero, junio o septiembre. ¿Sin abrigo? Sí.
Parece que cuando cogemos un resfriado, no nos vale con eso y vamos a por todo el pack.
Queremos todos los síntomas de la gripe. No sólo una leve subida de la temperatura o unos ojos llorosos. Queremos todo.
Tal vez sea para confirmar que sí, realmente y una vez más, hemos caído en una estupida enfermedad.
No queremos que nadie nos diga que estamos enfermos. Queremos saberlo a ciencia cierta por nosotros mismos. ¿Quién sabe? Quizás el médico se equivoque. Siempre queda la esperanza de que esta vez, sólo ésta, no estemos enfermos.
Y aunque una vez repuestos de la enfermedad, nos prometamos una y otra vez a nosotros mismos que para el próximo invierno tomaremos las medidas necesarias para no caer enfermos, seguimos sin hacerlo.
Siempre queda la esperanza... quién sabe, quizás el próximo año no pille esa maldita gripe aunque no me proteja para ello.
El mosquito más listo de la historia
Esta noche he conocido al mosquito más listo de la historia.
Como no podía matarlo, algo que todo el mundo haría, he estado jugando con él hasta altas horas de la madrugada; después de que me picase en la palma de la mano, claro.
Me ha revelado al oído, el sentido de la vida, el porqué de mi existir y el porqué del suyo, me ha recitado los versos más bonitos jamás escritos...
Después de darme una lección de vida, me ha dejado dormir. Y ahora no recuerdo nada de lo que me contó. ¡Maldita mente humana!
Saber que durante unos instantes he tenido en mi poder una información vital y ¡no poder acordarme de ella!
¿Cuándo volverá a compartir su sabiduría conmigo un ser de la naturaleza tán sabio como éste?
Seguramente, cada noche visite a una persona diferente, le transmita sus conocimientos y esa persona a la mañana siguiente, no se acordará de lo que este sabio mosquito le contó la noche anterior al oído.
Al oir el zumbido del mosquito que viene a contarnos maravillosas historias, reveladoras verdades; nosotros intentamos matarlo, o escabullirnos de su sabiduría tapándonos con las sábanas hasta las cejas.
¿Metáfora de la mente humana?
Como no podía matarlo, algo que todo el mundo haría, he estado jugando con él hasta altas horas de la madrugada; después de que me picase en la palma de la mano, claro.
Me ha revelado al oído, el sentido de la vida, el porqué de mi existir y el porqué del suyo, me ha recitado los versos más bonitos jamás escritos...
Después de darme una lección de vida, me ha dejado dormir. Y ahora no recuerdo nada de lo que me contó. ¡Maldita mente humana!
Saber que durante unos instantes he tenido en mi poder una información vital y ¡no poder acordarme de ella!
¿Cuándo volverá a compartir su sabiduría conmigo un ser de la naturaleza tán sabio como éste?
Seguramente, cada noche visite a una persona diferente, le transmita sus conocimientos y esa persona a la mañana siguiente, no se acordará de lo que este sabio mosquito le contó la noche anterior al oído.
Al oir el zumbido del mosquito que viene a contarnos maravillosas historias, reveladoras verdades; nosotros intentamos matarlo, o escabullirnos de su sabiduría tapándonos con las sábanas hasta las cejas.
¿Metáfora de la mente humana?
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