Hoy es domingo.
Ya puede decir quién sea que es lunes o viernes o jueves; para mí, hoy es domingo.
No es el día de la semana que ponga en el calendario, es cómo te encuentres tú.
Hay días que te sientes viernes y tu humor es diferente, como más alegre, más dispuesto a cualquier plan que te propongan.
Hoy me siento domingo. En ese estado entre el cansancio, la melancolía y la tristeza del que habla un texto de Isabel Coixet.
Intentas recomponer los fragmentos que tu mente puede llegar a recordar del día anterior, y te preguntas cómo es posible que hicieses tal y cual. Te haces promesas que sabes que nunca cumplirás.
Tu mente está más espesa que de costumbre, te cuesta pensar o piensas demasiado. Tanto que eres incapaz de ordenar tus pensamientos. Tanto que la mano no te da para escribir todo lo que tu mente le dicta. Tanto que, incluso, te sientes mal.
Tu mente va a una velocidad extrema y crees que si escribes, tal vez y sólo tal vez, todo pare.
Pero no es así.
Intentas plasmar todo lo que piensas en algún trozo de papel, una servilleta de bar, da igual; pero no sabes si realmente lo quieres hacer.
Estás esperando nada y lo sabes. Eso es lo peor. Que lo sabes. Y aún así, sigues esperando.
Lo bueno de estos domingos es que sabes que mañana viene un lunes en el que quizás sea viernes.
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